JL de la Flor. (REDES)
De la mano del consorcio Africa Imprescindible nos acercamos a este enclave estratégico en la geopolítica mundial, donde, como Ellacuría, el análisis de los desechos del metabolismo global nos permiten diagnosticar la grave dolencia del sistema que hemos construido. Mantener el análisis profundo y sostener la mirada de las víctimas es el reto.
El periodista Alfredo Torrescalles reunió el jueves pasado 3 miradas sobre Centroáfrica en esta crisis, echando de menos la anunciada presencia de Mons. Aguirre, obispo de Bangassou, que tuvo que atender a una cita médica inesperada.
Berta Mendiguren, antropóloga del Grupo de Estudios Africanos de la UAM, nos mostró en cifras un esquema de la realidad centroafricana. Un país de suelos ricos en nutrientes y en minerales. Muy poco poblado, con un 25% de la población desplazada, interna o fuera de sus fronteras. Siempre a la cola en Índice de Desarrollo Humano, a la cola también en los indicadores de fragilidad del estado y de corrupción. Con escasa capacidad recaudatoria al tener un 98% de economía informal. La fragilidad de sus servicios básicos se remonta a la independencia, cuando Francia al retirarse no dejó personal local con formación universitaria. A fines del siglo pasado se agravó con los ajustes estructurales. La violencia de diversas formas igualmente se agudizó con el conflicto armado iniciado hace 7 años y no desaparece a pesar del acuerdo de paz de 2019. Esta violencia se ejerce especialmente contra objetivos sanitarios, que reciben un promedio de 2 ataques cada mes.
El virus del COVID19 se encontró al llegar con una epidemia de sarampión y una altísima tasa de VIH, que se lleva más de 2500 vidas cada año. Las inundaciones de noviembre, que han generado otras 100 mil personas desplazadas, dificultan aún más el acceso a agua potable, de por sí en el 21%, incrementándose las enfermedades asociadas. El derecho a la salud está así claramente comprometido, con solo un 22% de la población con acceso a salud básica. Una deficiente tasa de vacunación y la presencia de 2 respiradores en el país completan la foto. Análogamente a lo que sucede en el sector educativo, las 29 entidades de cooperación presentes, nacionales e internacionales, trataban hasta ahora de fortalecer el sistema de atención primaria, no tanto la hospitalaria.
Se pueden pensar múltiples razones por la hasta ahora limitada incidencia del COVID. Por supuesto, la falta de un registro fiel de contagios y fallecimientos. La pirámide poblacional (no hay casi ancianos), el escaso poblamiento urbano, la existencia de un solo aeropuerto internacional, las amplias zonas inaccesibles en la época de lluvias al existir solo 700 km de pista asfaltada en un país algo mayor que Francia, abundan en este sentido.
República Centroafricana es el gran olvidado (u ocultado) a nivel internacional. La mitad de su población es destinataria del „acordeón humanitario“ por el que la financiación externa sube y baja orientada por intereses de la coyuntura, no tanto por la necesitad del país. Las lecciones aprendidas de otras pandemias no siempre son aprovechadas por estas grandes organizaciones internacionales. Por su parte, las pequeñas ong, como la Fundación Bangassou, mantienen su presencia en todo momento, canalizando ayudas de la diáspora migrante que sí llegan a las poblaciones más alejadas.
Las tres voces del coloquio insistieron de diversos modos en que no sirven las soluciones del pasado o de otras latitudes. La intervención debe partir de la diversidad cultural, social y estructural. Ni siquiera una misma solución homogénea es adecuada en todo el país, dada su propia diversidad entre unas regiones y otras. El doctor V. Ngoko-Zenget, vicepresidente del Colegio Médico y Farmacéutico, nos compartía en primera persona cómo se enfrentó a su propio contagio, utilizando medicamentos occidentales y autóctonos, los disponibles en un país que cuenta con 10 farmacias en todo el territorio. La diversidad étnica cultural propicia un acceso lento a la salud (se acude primero al hechicero o al pastor). La necesidad cultural de celebrar un funeral multitudinario y extendido durante una semana igualmente frena la incidencia de las medidas de aislamiento. Por otra parte, el acceso a la salud no es equitativo entre las diversas etnias, por causa de la discriminación interna.
Ngoko-Zenget reconocía que „no tenemos un modelo de desarrollo africano“, de modo que hay que elaborar la síntesis entre los modelos occidentales y autóctonos. No desperdiciar el conocimiento acumulado por las personas africanas, ni renunciar a los avances científicos, como las vacunas. Apostar por soluciones de abajo hacia arriba, que parten del trabajo directo en las comunidades.
El 14 de marzo se detectó el primer contago. Hoy se reconocen 38 personas fallecidas, aunque Ngoko-Zenget apunta hacia unas 150 víctimas. La población no identifica claramente los primeros síntomas del COVID19, pues se enmascaran como los de la tradicional malaria, y cuando se revelan es ya demasiado tarde. La realidad en las zonas rurales es todavía más incierta. El doctor denunció que al inicio del brote no se confinó a las personas contagiadas procedentes de Europa, lo que desarticuló la eficacia de otras medidas tempranas. El panorama electoral cercano interfiere, pues las decisiones no siempre son las que recomiendan las autoridades sanitarias. La ayuda internacional recibida de 38 M de dólares se ha diluido en material de dudosa calidad gestionado por contratistas corruptos.
Itziar Ruíz Giménez, coordinadora del GEA de la UAM, apuntaba a las causas estructurales del drama descrito por Ngoko-Zenget. Ambos coincidían en que ahora se paga la política de ajustes impulsada en todo el mundo en los años 80-90. En los 60 ya se había consensuado una atención primaria universal, pero veinte años después se retrocedió, poniendo el foco en inyectar fondos para atacar enfermedades, dejando de apoyar las políticas globales de derechos básicos para las poblaciones[1]. Últimamente se viene incrementando el presupuesto de salud, pero todavía lejos de lo recomendado, por lo que se mantiene la dependencia del exterior. Además, Itziar llamaba la atención sobre dos factores típicos de la „biblioteca colonial“ con que nos podemos acercar a África: el acento en los factores locales que minimiza el paso del contexto global y los discursos afropesimistas, que minusvaloran las capacidades propias de las comunidades locales.
La dimensión internacional de la situación en este „pobre“ país está revelando nuevos episodios, con las delegaciones chinas tomándose fotos entregando ayuda mientras consiguen nuevas concesiones de explotación extractiva, el aeropuerto cerrado excepto para la salida del uranio y otros recursos y las cifras de comercio de armas que siguen creciendo durante la pandemia.
La vertiente medioambiental atraviesa el análisis en varios momentos. Si en la época colonial esta tierra era referida como la „tumba de los blancos“ por la prevalencia de enfermedades mortales como la del sueño, se ha constatado que el calentamiento inusual ha desplazado la frontera tradicional de la mosca portadora de esta dolencia. Esto provoca grandes desplazamientos de la población de pastores, generando conflictos con las del vecino Chad. Esta inestabilidad se suma al deterioro de ríos y territorios por las explotaciones de oro, como viene denunciando la conferencia episcopal centroafricana y la REBAC. La realidad de estas comunidades poco importa a los grandes actores internacionales, empeñados en mantener engrasada la maquinaria del sistema.